El Autor

Mesuradamente promiscuo, casi como cualquiera, y por lo general confiable, al menos respecto a las normas que rigen el reino del gran bonete, el cronista en cuestión es un tipo un tanto complejo. La mayor parte del tiempo se jacta de ser el caballero a quien el más celoso Yago confiaría su fortuna, su nombre o el honor de una hermana. Sin embargo, el cronista es culpable confeso de uno de los delitos más caros a todo argento de ley: ama a dos clubes de fútbol al mismo tiempo... (Si la argentinidad es en sí misma un atributo sospechoso, debido al maridaje de razas y culturas que arrastramos y al intrincado trazo de nuestra historia, un argentino con el corazón futbolísticamente dividido es equiparable al Dr. Jeckyll de Stevenson, al Luis Figo del Real Madrid, al Julio Cobos de Cristina o al Efialtes de Tesalia). Así las cosas, este cronista suele despotricar contra los excesos para después embeber la llama prohibida en soledad o apagarla en una lluvia interminable de octanos rojos amarillos. Algunos afirman que ha recorrido los cuatro puntos cardinales, malviviendo en esa clase de hoteles donde la bondad de los retretes deja mucho que desear. Otros, en cambio, aseguran que nunca se fue de ninguna parte, y que cuando se ausenta en realidad está mirando en perspectiva, alejándose sin apartarse definitivamente del cuadro. Por fortuna, nadie les cree. En verdad, quienes realmente lo conocen dicen que el personaje en cuestión nació en Córdoba (Argentina) pero es oriundo de San Francisco (provincia de Córdoba, Argentina), y que desciende de un lúgubre inmigrante italiano cuyo noble oficio era el diseño y construcción de tumbas para el cementerio de la localidad, hecho que al susodicho dejó de importarle cuando descubrió que no hay mejor linaje que aquél que uno mismo se inventa. Dicen también estos biógrafos, menos exagerados pero no por ello gente de fiar, que aunque siempre le gustó el boxeo no tuvo nunca coraje para practicarlo, que lee desde la cuna pero cada vez entiende menos y que siendo un tipo parco es a la vez un sensiblero irremediable. Quizás eso explique por qué este cronista todavía cree que existe una Dulcinea por cada Quijote y una aventura desafiando a cada bandolero, aunque sepa que el caballero derrotado está loco y que Billy the Kidd acaba muriendo, una y otra vez, con una bala en el cuello y una sonrisa opaca que no se apaga del todo.
                En este blog hablaremos y no hablaremos de él, todo junto al mismo tiempo. Será, como toda pesquisa, un andar a tientas hacia el esquivo carozo del asunto: el deseo de una lluvia que realmente moje (parafraseando a Patricio Rey). Búsqueda que tomará como guía dos premisas sumamente íntimas al personaje:
A) Ciertas verdades no pueden comprenderse, ni narrarse, apelando exclusivamente a la verdad.
B) El arte no tendría razón de ser en un mundo razonable.

En este espacio, que es bricolaje, que es urdimbre y fluye, puede jugar todo el que quiera…
Bienvenidos.

No hay comentarios.: