Quijotes y Lazarillos
Escribo y siento que el uso correcto y preciso de las palabras
a veces cura una enfermedad.
David Grossman.
Hay ocasiones en que la realidad supera a la ficción, pues
todo aquello que podríamos inventar o imaginar a su costado resulta pequeño,
superfluo. Con más de seis millones de personas desempleadas, la España de
Zapatero y Rajoy es reflejo fiel de esa certeza. Trágica situación que el
escritor andaluz Javier López Menacho retrata en las páginas de Yo, precario (Libros del lince: 2013). Un complejo artefacto, en parte novela, en parte crónica y ensayo, en el cual
el autor narra su propia experiencia como trabajador despojado de bienes y
futuro, hundido casi en la marginalidad. Y lo hace apelando a una mirada
irónica, desolada, pero, ante todo, una mirada resuelta a no sacrificar su
dignidad con tal de seguir adelante.
Javier López Menacho |
“Es
un poco una venganza ¿no? Al final, de toda la mierda que me tocó vivir saqué
algo positivo”, dice Javier en relación al caprichoso destino que arrancó su
nombre del anonimato para convertirlo en la grata novedad del circuito
editorial español. Feliz e inesperado final para un proceso que, no obstante, nació
de la profunda necesidad del autor de dar sentido a una experiencia dramática. Porque
Javier escribe desde la zona cero. La
triste mirada de un indigente o la indiferencia de los empresarios son
escombros de una catástrofe política, económica, moral y social que no le es
ajena. “Lo primero que debes hacer es quedarte en calzoncillos. La coordinadora
siempre está presente, así que a partir de ahora será nuestro ritual (…) Luego
te dan unos pantalones blancos acolchados que se asemejan a los de un
astronauta”, escribe Javier, repasando los pormenores de su rutina como
chocolate gigante. La anécdota es algo más que una perfecta metáfora de la
crisis. Para Albert Camus, el secreto de Kafka residía en sus perpetuas oscilaciones
entre lo natural y lo extraordinario, lo absurdo y lo lógico. Yo, precario, se sostiene en esa misma ambigüedad,
pero apelando exclusivamente a hechos reales a los que se añade color mediante
el acto de contar. Como ocurre con
todo relato que acude a la ficción para procesar o comprender lo que se cuenta,
Yo, precario obliga a discutir la
relación entre fantasía y mímesis, renovando el debate sobre la representación
de la realidad. Pues no median personajes entre Javier y su pluma (lo cual no
implica que relate sus vivencias desde una posición unívoca, sino más bien intentando
establecer cierta complicidad con lectores seguramente tan desdichados gracias
a la crisis como él, a quienes pareciera gritarles: “¡Vean! Esto es lo que me
ha pasado. ¿Qué les ha sucedido a ustedes?”). Su mérito, en definitiva, ha sido
crear un texto artístico que es a la vez testimonio en primera persona de una
tragedia colectiva. Y esa impronta de batalla personal contra la degradación (de
un Yo que es a su vez espejo de otros
miles) es lo que da tono a una obra que se ha escrito con la intensidad de
quien busca remedio para sus males. Blandiendo una prosa afilada en el
empedrado más oscuro y un estilo que recuerda a Walsh a Cercas a Hunter Tompson
y a Capote. La novela de López Menacho, concebida desde el periodismo
literario, es además un ensayo autobiográfico sobre la precariedad.
Javier analiza las claves de Yo, precario.
Discépolo en
un rincón, contándonos que el hambre consume las virtudes del buen ciudadano. Más
allá, Wassily Kandinsky afirma que el ser humano a menudo se parece a un
escarabajo que se aferra a cada brizna de hierba con la esperanza de encontrar
su salvación. En medio de ambos, intentando evitar, como un “guardián entre el
asfalto”, que los hombres caigan al abismo (claro homenaje del autor a
Salinger), el Precario se bate una
vez más en zona fronteriza. Cautivo de empresas que lo empujan a la humillación
de tener que engañar a la gente, Javier deberá decidir hasta donde desea llegar
con tal de ganar dinero. Y son precisamente esas instancias decisivas las que
definen la obra. En ellas, su Yo
queda atrapado en medio de dos retóricas de extensa tradición en la literatura
española: el realismo (vitalista, crudo, existencial) y la épica. Si el texto
se construye desde el primero, no en vano la crítica lo ha calificado como El Lazarillo de Tormes del siglo XXI, será
la épica quien defina las acciones. Entre Lázaro y el Quijote el autor opta por
el segundo, apelando a un humor irónico y sutil para impedir que la crisis le
acabe robando lo más importante: su estado de ánimo. El escritor Manuel Rivas
define el asunto con precisión en el prólogo del libro: “El Precario del Yo
tiene como trazo principal en su existencia el ser precario, pero su mirada no
es, todo al contrario, esa condición impuesta. Es la humanidad resistente, no
precaria, no subalterna, no sometida, la que narra”. Por lo tanto, si la
amenaza permanente de la marginalidad empuja al trabajador humillado al filo de
sus convicciones, éste nunca cruza la línea del todo. Lucha por sobrevivir,
pero también para mantenerse íntegro: “hay mundos en los que no merece la pena
vivir”, afirma el autor en uno de los pasajes emblemáticos del libro. Emerge
entonces la esperanza como una energía modesta, aunque plena de sentido.
“Yo sabía que
iba a escribir algo sobre esto” dice Javier. Es ése, en definitiva, el
trasfondo del libro. La literatura da forma a la esperanza, cuya promesa rompe
la presencia ineludible de la precariedad, devolviendo el Futuro arrebatado por
la crisis. Al igual que Silvio Astier,
protagonista de El juguete rabioso
(Roberto Arlt: 1926), el precario del Yo vive para contar. Privado de la
posibilidad de encontrar un trabajo decente, se enfunda el traje de chocolate
gigante como si fuese una armadura, y enfrenta su trágico pasar sabiendo que,
aunque todo acabe por derrumbarse, aunque no exista un mañana mejor y el perro
rabioso de la exclusión social acabe clavando sus dientes en nuestro tobillo, la
página en blanco siempre espera, abierta, indulgente, dispuesta a devolvernos
la esencia perdida y a darle sentido a los tropiezos y a las pequeñas traiciones,
mientras nosotros remontamos a casa el cuerpo cansado y radiante, ansiosos por
abrir la puerta de la pieza gris, apenas iluminada por la luz de una vieja
computadora.
2 comentarios:
Hola Gabri:
La tercera vez que intento dejarte este comentario, a ver si ahora sí...
Me ha gustado mucho tu análisis de Yo, precario, pero quería hacerte una apreciación: el prólogo del libro es de Manuel Rivas (que no Vilas) escritor gallego que te recomiendo encarecidamente que leas, si aún no lo has hecho.
Un abrazo,
Maribel.
Hola Maribel querida!!!
Por lo visto armé un cóctel de Manueles (poetas los dos y, además, grandes narradores). A Vilas, el gran Vilas de "El luminoso regalo", lo sigo mucho por facebook, sobre todo. A Rivas no lo tenía muy registrado. Pero ahora que aclaro el tema del prólogo voy a ver si en Argentina se puede conseguir algo (aunque me parece difícil). Esas dos páginas dicen mucho. Francamente, es complicado decir algo nuevo sobre "Yo, precario" después de leer el prólogo, porque ahí está todo lo necesario más que bien definido. Gracias de nuevo Mari y espero que sigamos en contacto. Es ése, más que nada, el sentido de estos espacios. Abrazo!!!
Publicar un comentario